4.9.08

puente-saliva

Esa boca tenía eso de rosado que tienen las bocas argentinas (no era que yo había probado muchas. olía algo particular, efimero pero distintivo, como una ráfaga de avispas haciendo torbellinos) y aunque había algo oscuro, una pendiente absurda que me empujaba hasta caer mientras la luna hacia cosas niñas en mi piel, y jugaba a la rayuela en la parte interna del antebrazo (si, la que da cosquillas) no podia sacar los ojos de su músculo tenso o sus curvas sobresalientes, o ni yo lo sabía e imaginaba la carne de su boca roja sin piel.
Y yo no hubiera estado ahi parada, si no fuera por esa boca, en ese lugar entre los sueños y los espasmos, entre la arena rubí de una plaza en San Telmo, no me hubiera revolcado con tanto gusto en sus lagrimas barrosas, pretendiendo ser algo que no soy, con los labios pintados de rojo y tacones altos intentando dar el paso final, jugando al muñeco de sus placeres, seduciendo a los viejos que leen el diario a las siete de la mañana en sus bancos de pintura descascarada.
No era yo la que salió esa noche de la casa, bajando a duras penas los escaloncitos del departamento entre vodka y cigarrillos largos, después de que se hayan consumido los inciensos de la habitacion de al lado.
No era yo la prostituta de zapatos y labios rojos que lloraba, con un paraguas y un sobre negro en la mano sentada frente a los restos de Manuel Belgrano en el Convento de Santo Domingo.