
Estas desapareciendo, estoy desapareciendote.
Tus manos se abren y abrazan flores amarillas, las aprietan y las convierten en polvo brillante o un líquido viscoso que se desparrama hasta llenar las rayitas de las baldozas color arena que hay en la vereda del vecino. No me importa, no pienso en eso, solo me quedo mirando fijo como se te van los colores de la piel y la barba se te cae como lluvia negra.
En ese momento te morias por volver pero no, con tus ganas no alcanzaba para nada.
Había una voz que te llamaba, una puerta abierta para vos, un camino de piedritas, un muñeco vudú con tu nombre.
Afuera llovía y estaba dispuesta a salirme de tus engaños, a romper la telaraña, a pincharte hasta los huesos. Tenía una idea, o en realidad varias.
Hubo un momento donde las luces no me dejaban ver, las puertas se abrían solas, la casa era un baile de instrumentos en el aire.
Desde la esquina podía verte temblar, las gotas blancas recorriendote el cuerpo, haciendo temblar el piso al caer.
Por un segundo deje que tus ojos me pierdan, sentí la suave textura de tu nariz en la yema de los dedos, me escapé y porque no también hubo fuego que me quemó los pies.
Pero vos sabías que todo estaba decidido, vos eras el grandisimo idiota que creía en el destino.
Entonces lo supe, y ahora es mejor que respires hondo.
(shhhhhh)
Voy a poner la mesa, voy a cenar tu corazón.
1 comentario:
Encantador.
Lindo desprecio que sale de aquellos polvos que ahora ya son más que lodos. Me gusta también la mezlca con el barrio, el juego del 'dentro' y el 'fuera', la descripción del olvido.
Y la atmósfera en común que tiene con ese otro cuento que me pasaste, donde había un revovler y también un corazón.
Voy a levantar la mesa y comerme una manzana, adiós.
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